miércoles, 26 de septiembre de 2007

El chaino- Parte I

Hoy soñé con un chino. Sí. Soñé con un chino. Y no puedo parar de repetirlo. Soñé con un chino. ¿Suena lindo, no? Me encanta la seguidilla de palabras vocalizadas: Soñé con un chino. Yo estaba en un local de ropa (inexistente, en la vida real) probándome un pantalón amarillo (vida real: quiero uno hace rato). Me lo saco y lo cuelgo en la percha para guardarlo y la dueña del negocio me reta por ponerlo mal. Lo vuelvo a colgar para que quede prolijito (esto se repite dos o tres veces más). Me dispongo a salir y la señora de rulos colorados y voluminosos me agarra de un brazo y me dice: “de acá no te vas”. Y de repente, aparezco en casa, en mi cuarto, peleando con un chino. Una batalla terrible. Golpes de karate. Resulta que lo dejo knock out al chino y le digo a mi hermana que estaba ahí conmigo: “tenemos que atar al chino porque nos quiere matar”. Así que F. va y agarra un secador de pelo del placard que está en el pasillo y le ata las manos con el cable. Yo le pongo una cinta en la boca para que deje de gritar. (Los chinos hablan y no se les entiende nada). Le agarramos las manos con una soga (esa no sé de dónde salió) y justo llega mi mamá. “¿Qué hace un chino atado en casa?”, nos pregunta medio sorprendida, no mucho igual, como si estuviese acostumbrada a ver chinos atados en nuestro cuarto. Yo le cuento todo lo que había pasado (era todo muy coherente, lo juro) y A. me dice que tenía que liberar al chino porque yo estaba delirando. “Mamá, no puedo desatarlo ¿no ves que nos va a matar?!”, le dije en un brote de desesperación. Pero A. no se daba cuenta de la gravedad de la situación y se puso firme, como si obligara a una nena de diez años a salir del pelotero. El chino es libre.
Me desperté con un calor tremendo. Tenía miedo, de verdad. Soñé con un chino! Increíble. ¿Cuántas posibilidades hay de soñar con un chino? Dicen que los sueños son como la recopilación de cosas que uno vivió en el día o en la semana. Y claro, cómo no voy a soñar con un chino si ayer fui al supermercado chino de al lado de casa! Mi mamá ama el super chino, de verdad, lo ama. “Ay el chino siempre me salva”, repite cada vez que se queda sin leche, por ejemplo. Entiendo todo de repente. Por eso quiso desatar al chino, le estaba devolviendo el favor. Mi mamá se debe a los chinos, les debe la vida, ¿entendés? Y a mí que me molesta que sean tan cerrados y que hablen entre ellos mientras hago la cola de la caja y que por ahí me están insultando y no me doy cuenta… me ponen nerviosa.
Hay un chino que me encanta igual. Uno que cocina en el canal Gourmet. Tiene una vocecita como rasposa y mueve su boquita chiquita. Sus cachetes se balancean casi por inercia, de arriba abajo, y dice: “Le ponemos un poco de sal, y un poco de pimienta”. Ese chino es el mejor de todos. Y las erres las pronuncia más fuertes, como arrastrando la letra por toda la palabra: “Vamos a ponerle un poquito de caldo hasta que pase más o menos el nivel…”. Y cuando dice “almidón”. Es la ele la que me gusta, lo descubrí. Pero eso lo hacen todos, no es exclusivo del chino gourmet.
“Ahora voy a lo del chino a comprar té”, me dice mi mamá.

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